El último día del resto de mi vida

Este microrrelato me gustó mucho en su momento cuando lo escribí, ahora que lo he vuelto a leer he encontrado muchos fallos y que no es para tanto, pero todavía me gusta. Recuerdo que fue una tarea para clase y que justo ese día me tocó a mí salir a la mesa del profesor para que lo leyera. Iba muy nerviosa, con mucho miedo de mostrar algo mío pero a la vez deseando que lo hiciera porque pensaba que se sorprenderían.

No fue así, todavía tengo muy grabado lo único que me dijo el profesor cuando lo terminó de leer: "¿Qué hace una sirena en un aeropuerto?". Mi respuesta, totalmente descolocada, fue que no sabía y él insistió en que tendría más sentido si fuera un puerto. En mi cabeza, solo ahí, le contesté que de ser así entonces la sirena habría saltado al mar y habría ido tras el barco. Supongo que fue mi primera decepción con la escritura. Después de aquello ese profesor me cayó más mal de lo que ya me caía.

La explicación real de todo eso es que me inspiré en una pareja de mi serie favorita, a la que me agarraba en aquel momento. Qué yo sepa no se puede ir desde La India a Japón en barco. Y el título es el título de una canción.


El último día del resto de mi vida

La puerta que me abría aquel niño sería mi última oportunidad de verte. Ya que el aeropuerto acababa de cerrar y él tenía la llave. Según me había dicho, la acababas de cruzar hacía tan solo un cuarto de hora. Pensé que quizás llegaba tarde y que tú ya te habías ido. Miré al cielo, buscando un avión que estuviera en el aire. Había muchos y cualquiera de ellos lo podrías haber cogido. Me decidí y entré en el aeropuerto atravesando la puerta. A toda prisa recorrí el lugar buscándote, pero fue en vano. Tú ya te habías ido. Triste, salí del edificio. Caminé por la playa despacio, desolada y sin rumbo alguno. Era inútil, todo me recordaba a ti. Ya no quería seguir viviendo en este lugar. Mi vida de estos últimos años aquí contigo, había llegado a su fin. Al pensar esto me detuve. Frente a mí se hallaba el acantilado, donde tantas veces habíamos estado los dos. Me decidí y subí. Una vez allí, me vinieron numerosos recuerdos ocurridos en ese mismo lugar. El más reciente, de hacía tan solo unos días. Pero sobre todo, el que más se repitió en mi cabeza durante el tiempo que estuve allí arriba, fue el más bonito que recuerdo. El de aquella noche de verano en la que, por primera vez, nos dimos un beso. Al recordarlo, rompí a llorar. Pensé que eso no solucionaría nada y decidí acercarme al borde del acantilado, Desde mi posición veía las olas chocar contra las rocas. Me decidí y me lancé desde el acantilado al mar. Al cabo de un rato, me alejé nadando mar adentro hacia el lugar de donde no tendría que haber salido nunca.

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